domingo, 15 de julio de 2018

sábado, 30 de junio de 2018

LOS CUERPOS ENSEÑABLES

Imagen: La sala de clases en la mente de un niño de 9 años. (Año 2011) Una Máquina para Educar: He realizado un ejercicio pidiéndole a un alumno que dibuje su sala de clases. Como toda respuesta ante mi solicitud el niño exclamó “No pretenderás que dibuje 30 sillas y 30 mesas”. Fíjese bien. No dijo 30 compañeros o niños, señaló sólo los asientos. De esto está compuesta el aula en su mente. Acordamos en que no era necesario colocar cada uno de los muebles y entonces accedió feliz a dibujar su aula. En ella distribuyó ordenadamente a sus compañeros: un niño, una niña, un niño. Y en la fila siguiente el orden se invertía. Al poner atención a los cuerpos de sus compañeros pude observar que carecen de brazos y piernas. Es que si lo piensas bien, en su experiencia de niño pequeño el cuerpo no es necesario en el aula: tan sólo requiere cabeza y tronco que te fije en el banco. El cuerpo de estos niños es un cuerpo-mesa, no sabemos dónde comienza uno y termina el otro. Como una suerte de centauro escolar. El aula es un adentro que da la espalda al mundo. Atrás, pequeño, un globo terráqueo nos recuerda que el mundo existe. Las ventanas de un azul furioso, único color vivaz de la imagen, señala que hay vida más allá de la escuela. El aula sin puertas. Tan sólo pizarrón, escritorio y pupitre, objetos representantes del saber escolar, adultocéntrico. En una esquina, poseedora de un cuerpo completo pero sin color, está la profesora: Una persona ajena, que pertenece a otro mundo, se la pinta lejana, transparente y sin substancia, casi irrelevante. Los cuerpos enseñables Este orden del aula, reconocible por cada uno de nosotros por su singularidad, no es algo casual. Responde a la microtecnología diseñada entre los siglos XVII y XIX cuya función es clasificar, vigilar, controlar, adiestrar, normalizar y excluir los cuerpos dóciles, de modo de hacerlos gobernables. Una tecnología que empodera a algunos y establece relaciones de dominación sobre otros. Busca regular tanto el cuerpo individual de cada niño y adolescente como el cuerpo social, la población, a todos. Este poder se organiza entre grandes espacios de encierro: la cárcel, el manicomio, la iglesia, el ejército, la escuela. Adaptación de: El Cuerpo en el aula: Ordenaditos, calladitos y bien peinados. Precht, (2011). ¿Hasta qué punto la Pedagogía Tradicional forma parte de la Pedagogía contemporánea? Y, ¿Existe alguna pedagogía contemporánea, una neopedagogía? ¿Cuál? ¿Somos multiplicadores de un modelo de enseñanza dominante porque bajo ese esquema también nos formamos en las universidades? ¿Formamos parte de esa máquina para educar? ¿Qué hacemos cada vez que encontramos el escritorio y los pupitres organizados de una manera diferente a la tradicional? ¿Qué o quién debe cambiar: el currículo, las metodologías, los salones, los estudiantes, nosotros? ¿Hemos probado otras alternativas de organización áulica? ¿Nuestros estudiantes escogen siempre el mismo sitio para sentarse. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Será suficiente sólo cambiar la organización de los asientos? ¿Y la expresión, la comunicación, los afectos, se hacen visibles en el aula? ¿Hemos intentado desarrollar otra forma de llegar a nuestros estudiantes? Carolina Arenas, (2016)

CONSEJOS PRÁCTICOS PARA PLAGIAR

METÁFORA DE LAS GOLONDRINAS

LOS PROFESORES QUE ME SALVARON

PLEGARIA DEL ESTUDIANTE

LA CONTRAESCUELA

EL SENTIDO DE LO HUMANO

INFORMACIÓN GENERAL SOBRE LOS CONSEJOS EDUCATIVOS

domingo, 24 de junio de 2018

PRE-TEXTOS PARA CRECER

PEDAGOGÍA DEL AMOR

Pedagogía del Amor                                                               
Este concepto un tanto poético de concebir la educación no es novedoso, ya había sido propuesto por el libertador pedagógico de América Latina, Simón Rodríguez, cuando trató de impulsar la pedagogía anfictiónica, la cual estuvo solapada por ser creativa, emancipadora y humanizadora. En ella se establece que lo primero que se debe formar es el corazón, esto es la pedagogía de la sensibilidad. Una vez formado éste, el cerebro y las manos lo obedecerán para apuntar hacia los cuatro puntos cardinales: la libertad, la justicia, la grandeza y la hermosura. Rodríguez fue pionero en América Latina en proponer una reforma profunda de la educación basada en despertar la sensibilidad y rescatar la condición humana; sin embargo, esto lo llevó a ser el genio más invisibilizado durante la IV República (1830-1999). Que muchos de sus textos reposen en Estados Unidos demuestra que su legado fue estudiado y analizado concienzudamente por quienes históricamente ostentaron el poder, de allí que les resultara ser un hombre incómodo. En su rol de pedagogo radiografió la sociedad de su época, sus inquietudes e iniquidades. Rodríguez fue un alfarero de repúblicas y el tiempo que le tocó vivir lo tradujo en la siguiente diagnosis: La enfermedad del siglo es una sed interminable de riqueza” y para su cura propuso la pedagogía del alba, para nosotros hoy conocida como Pedagogía del amor: enseñar con el corazón y para el corazón.
Por ello, si asumimos que la forma más efectiva para estimular la adquisición de conocimientos en nuestros estudiantes es la de educar con amor, comprenderemos el sentido real de la frase latinoamericana más memorable que un alumno le refirió a su maestro “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso… no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me dio”. Epístola enviada por Simón Bolívar a Rodríguez en 1824. Casi doscientos años nos separan de ésta frase, los tiempos son otros pero la realidad educativa – indiferentemente la época – siempre necesitará que los docentes ejerzan su profesión no sólo como una forma de ganarse la vida, sino para ganarse la vida y el corazón de otros. Hoy en día es necesario entender que el reto que tenemos es doble: educar a la educación y además humanizarla. Si nos tocara hoy hacer esta radiografía de la sociedad en la que vivimos ¿Qué encontraríamos? ¿Y si la hacemos a los docentes, que nos revelará?

UNA FÁBRICA DE MONSTRUOS EDUCADÍSIMOS

Una Fábrica de Monstruos Educadísimos
Hay en mi vida algo que difícilmente olvidaré. En 1948, siendo yo casi un chiquillo, tuve la fortuna-desgracia de visitar el campo de concentración de Dachau. Entonces apenas se hablaba de aquellos campos, que acababan de “descubrirse” recién finalizada la segunda guerra mundial. Ahora todos los hemos visto en mil películas de cine y televisión. Pero en aquellos tiempos un descubrimiento de aquella categoría podía destrozar los nervios de un muchacho. Estuve, efectivamente, varios días sin poder dormir. Pero más que todos aquellos horrores me impresionó algo que por aquellos días leí, escrito por una antigua residente del campo, maestra de escuela. Comentaba que aquellas cámaras de gas habían sido construidas por ingenieros especialistas. Que las inyecciones letales las ponían médicos o enfermeros titulados. Que niños recién nacidos eran asfixiados por asistentes sanitarias competentísimas. Que mujeres y niños habían sido fusilados por gentes con estudios, por doctores y licenciados. Y concluía: •Desde que me di cuenta de esto, sospecho de la educación que estamos impartiendo”. Efectivamente, hechos como los campos de concentración y otras formas de barbarie que siguen produciéndose obligan a pensar que la escuela no está haciendo mucho por descender el grado de barbarie de la soci edad y por lo tanto pueden existir monstruos educadísimos. Que la enseñanza sin educación y la educación sin bondad puede engendrar otro tipo de monstruosidad, más refinada quizás pero no por ello menos monstruosa. Con esto no estoy incitando a los muchachos a dejar de ir a la escuela o a que no pierdan el tiempo en forjarse una carrera; lo que sí quiero decirles a todos, especialmente a los profesores, es que me sigue asombrando que en los años escolares se enseñe a los niños y jóvenes todo menos lo esencial: el arte de ser felices, de ser seres humanos, de amarse y respetarse los unos a los otros, la milagrosa ciencia de conseguir una vida llena de vida, de amor, de igualdad, convivencia. No tengo nada contra las matemáticas ni contra el griego. Pero ¡Qué maravilla si los profesores que trataron de metérmelos en la mollera, para que a estas alturas se me haya olvidado el noventa y nueve por ciento de lo que aprendí, me hubieran también hablado de sus vidas, de sus esperanzas, de los que a ellos les había ido enseñando el mundo, las vivencias! ¡Qué milagro si mis maestros hubieran abierto ante el niño que yo era sus almas y no sólo sus libros! Me asombro hoy pensando que, salvo rarísimas excepciones, nunca supe nada de mis profesores. ¿Quiénes eran? ¿Cuáles eran sus ilusiones, sus fracasos, sus sueños? Jamás me abrieron sus almas. Para ellos “eso hubiera sido una pérdida de tiempo” ¡Ellos tenían que enseñarme los quebrados, que seguramente les parecían infinitamente más importantes! Y yo ya sé que, las cosas esenciales son imposibles de enseñar, uno las va aprendiendo a hurtadillas porque han de aprenderse con las propias uñas, pero no hubiera sido malo que en la escuela también formara parte de lo esencial impartir afecto, alegría, humanidad. De nada sirve ser médico, ingeniero, cura, si uno sigue siendo egoísta, si crees que puedes caminar por el mundo pisando a los demás. Al final, siempre es lo mismo: al mundo le ha crecido, como un flemón, el cigarrillo del progreso y de la ciencia intelectual pero sigue en subdesarrollo su rostro moral y ético. Texto adaptado de una publicación (s/f), de Frankl (1905-1997)

ASPECTOS INTRODUCTORIOS


SEGUNDA PONENCIA